Hasta ahorita nada va bien conmigo. El dolor en el cuerpo quema más que el frío de este invierno. No soy Atlas, pero de un momento a otro, cargo al mundo sobre mi espalda. Mi dermatitis se ha expandido por todo mi torso, tengo llagas por todos mis brazos, mi pecho, mi estomago, mi espalda, mi cuello. Son el reflejo de las cicatrices que llevo en el alma. Cada punto rojo es una lágrima que sigo llorando. Pensé que llegaría un punto que me secaría de tanto llorar, sin embargo, lloro a diario, lloro a cada instante y no veo hasta cuándo me volveré una piedra sal. Esta muerte lenta se hace inmortal. Me duele tanto. Quisiera que el tiempo se detuviera, quisiera morir ya. No estoy bien. Esta soledad tan sola me ha quitado el hambre, me ha quitado las ganas de reír, de vivir. ¿Por qué duele tanto? ¿Qué hice para merecer este castigo? ¿Por qué mi corazón no se detiene? Sigo despertando con lágrimas en los ojos, sigo extrañándolo, sigo amándolo más que ayer y no puedo sacarlo de mi mente. Quisiera correr hacia sus brazos, colgarme de su cuello como una niña chiquita. Quisiera regresar el tiempo. Quisiera amanecer, de nuevo, a su lado. Quisiera que sus besos me despertaran y que me regañara por destruir su cuarto. Quisiera despertar y darme cuenta que todo esto ha sido un mal sueño.
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