
Han pasado varios días desde que partí. El cambio, por fin, me ha sentado bien. He comprendido que el mundo gira como giran las hojas con el viento. Le llore cinco años y veinticuatro noches. Tuve que tomar las maletas para hacer un viaje en donde la brisa salada quemara mi rostro y las puntas de mis pies tocaran tierra en un pedazo de arena. Me interné en una selva en donde la bóveda sombría encerraba un cumulo de luciérnagas que compartían espacio con dos lunas menguantes. Descubrí que las cartas ya estaban bebidas y en el fondo de mi taza de café mi fortuna ya estaba escrita. El camino fue largo y el proceso un poco obtuso, pero al final logré hacer lo más difícil: perdonar y, sobretodo, perdonarme. Descubrirme fue un regalo hecho a mano por cada pieza que estuvo a mi lado. Me di cuenta que el corazón, mi corazón, sigue latiendo cada día con más fuerza. Me he quedado con lo mejor de la vida, con lo mejor que tuve, con lo mejor que viví y que compartí, con los mejores momentos y el aprendizaje. Ya deje atrás el olvido y en el olvido me he vuelto una nube que regresa a su camino. El número uno del año y de mi constante vivir me han traído otra suerte. En medio de la obscuridad y una mesa con fuego ardiente encontré un rayo de luz. Alguien pregunto por mí con bocanadas de sabor. Me ha tomado por sorpresa. Tocó a mi puerta un norte con un poco de mar y un acento distinto al mío que me hace temblar. Hoy tengo ganas de bailar y girar. Escucharé el aleteo en mi estomago que me diga je voudrais une glace de fraise.
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