martes, 17 de agosto de 2010

Ecce ancilla Domini

Dante Gabriel Rossetti
Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel, ángel soberbio y fuerte, uno de los más hermosos y seductores del reino de los cielos, a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José de la casa de David, humilde y sin riquezas; el nombre de la virgen era María, su cara de niña era dulce y sus formas exquisitas, con maduros y encantadores pechos, maravillosamente llenos, pero tan redondos y firmes que seducían a cualquier ser del universo.
Y entrando el ángel de muslos carnosos y vigorosos (aún con manta) la contempló, trasportado por una visión de unas bellezas que podrían haber enardecido a un ermitaño moribundo, y dijo: “Alégrate, llena de gracia, el señor está contigo”. Ella, con sus largos cabellos rojos, se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo. Dejando los santos pensamientos y las oraciones, el ángel comenzó a pensar en la juventud y en la belleza de ella, empanzaba a considerar qué camino debía emplear para que no advirtiese que él quería llegar a satisfacer su deseo sexual con ella. El ángel le dijo: “No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quién pondrás por nombre Jesús. Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”. El ángel supo que ella jamás ha conocido a hombre alguno y que era tan inocente como parecía; por lo que se le ocurrió cómo, aparentando servir a Dios, podía llevarla a hacer su deseo. El ángel Gabriel descubrió su cuerpo y le pidió a María que hiciera lo mismo; y se puso de rodillas como si fuese a rezar e hizo que ella se pusiera ante él. Y mientras permanecía así, encendido más que nunca el ángel en su deseo al verla tan bella, llegó la resurrección de la carne y le dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril, porque no hay nada imposible para Dios” El ángel puso su mano sobre su hombro, y suavemente, con ternura, empezó a bajarla por la curva de su espalda, ciegamente, con un movimiento acariciador, hasta la curva de sus muslos en cuclillas. Y allí, su mano, suavemente recorrió la curva de su cadera con una caricia ciega e instintiva, la abrazo con gran fuerza y comenzaron a besarse. Ella permaneció silenciosa, como durmiendo, como en un sueño. Él entró en ella inmediatamente, penetrar la paz terrena de su cuerpo suave y quieto. Para él fue el momento de la paz pura la entrada en el cuerpo de María. El brote de su semen en ella se reflejaba en una especie de letargo del que ella no quiso despertar hasta que él hubo acabado y se reclinó contra su pecho jadeando dulcemente, ella le dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel, dejándola, se fue.

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