lunes, 30 de mayo de 2011

Me ha pesado la obligación

Duma
Me he quedado con muchas, muchas ganas de besarlo. De darle una mordida en el omoplato y derretirme de nuevo en sus brazos. Tristemente, el instante duro poco. Mi mood de niña buena me hizo regresar a mis obligaciones de hija-enfermera. Mi madre en el hospital y yo en su casa. Comimos juntos y las ansias y el calor que consumía nuestra piel. Esa piel que se identifica, que arde lentamente y que despierta los sentidos, provocando el ligero escalofrío que recorre la espalda. Saberme presa del artista y tener que huir, no por gusto, sino por obligación. Mi piel bañada de un involuntario rocío pedía a gritos un beso con sabor a frutos rojos, un beso frío en una espalda caliente. Quise besarlo, pero sabía que en el momento de hacerlo no iba a poder escapar de sus caderas sabias y sus manos tibias. Manos que dibujaban la mariposa perdida en mi espalda y provocan un dulce vértigo en mi respiración. Mi cuello ansiaba esa mordida a punto de nieve, a punto de estallar en una danza de aromas cítricos, a punto de durazno, de té verde, de tamarindo y café. Lo soñé una noche antes, entre amantes y gritos de amor en la ventana de mi casa, esa que mira a Paris. Lo soñé mientras lo veía deslizarse de un lado a otro, mientras susurraba el ingrediente secreto de sus besos mojados. Lo soñé mientras recordaba la hora de partida, mientras sentía ese roce inocente pero intencional, seguido de una mirada que terminaría con un beso a punto de explosión y una caricia en la pierna incauta debajo de la mesa. Quise ser su presa, pero el momento se escurrió en un tiempo inoportuno. Recogí mis ganas y la lluvia, ahora, moja mi piel y apaga mis deseos.

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