
Conocí a este hombre en alguna vida pasada. Cientos y cientos gritaban su nombre. En una lejana Tracia yo desperté entre sus brazo. Me trajo el recuerdo de un sueño no vivido, un sentimiento recorrido por mi espalda, un suspiro robado por un beso bebido en una fuente. Capua llegó. La danza mística me llevó a un escenario familiar totalmente desconocido. Recorrí el camino. Un grito ahogado. Lucrecia, seductora, miraba y se acercaba. Víbora devoradora de Batiatus. Su domina, mi domina. Su espada cortó el velo de mi cuerpo. Desperté en otro mundo, doscientos siglos antes y doscientos siglos después. El juego de máscaras. Pronunciaste mi nombre. Crixo bebió mi sangre y robó mi sudor. Desperté del sueño, te encontré sobre mí. Ilitia celosa corrió y nos encerró. No dejabas de mirarme. Sangre y arena. Doscientos siglos después y doscientos siglos antes, dos mundos paralelos, lejanos el uno del otro. Conocí a este hombre en sueños. Cientos y cientos gritaban en silencio. Gritos ahogados entre sábanas húmedas.

Un teléfono celular suena… “Ya llegué a casa. ¿Qué haces?”… “Duermo”… “¿Sueñas?”... “Sí, sueño contigo”… “Te amo, que descanses”… “Igualmente… (buenas noches Spartacus)”
No hay comentarios:
Publicar un comentario