
En mi primera clase de la maestría aprendí que desde la tradición pitagórica, varios autores se interesaron en el estudio de los cuatro humores o temperamentos (sangre –sanguino-, flema o linfa –flemático-, bilis amarilla -colérico -y bilis negra –melancólico-). En ese momento descubrí que había sido “maldecida” o bendecida por el dios Saturno. Mi maestra, gran conocedora de la alquimia y mística, sobre todo en la interpretación artística, me dijo que mi carta astral estaba protegida por el planeta Saturno, quiere decir que soy melancólica. No lo podía creer (bueno, sinceramente ya lo sospechaba, no era normal tener ciertas habilidades, manías, complejos, diferentes a mis padres y a mis hermanos). Primero me asuste porque según lo que decían las lecturas, la melancolía era una enfermedad provocada por el desequilibrio humoral a favor de la bilis negra (lo reconozco a veces estoy súper contenta y en otros momentos me da por ser jarrito de Tlaquepaque, la culpa es por el día 28 y los días lluviosos, pero no soy bipolar, eso lo tengo bien clarito). Además, un librito decía que dicha enfermedad era nefasta no sólo para el individuo afectado por ella sino para la sociedad en su conjunto (ahora resulta, me dije, soy un problema para la sociedad), ya que el melancólico poderoso solía convertirse en un poderoso tirano (“aleluya, por fin algo bueno, voy a conquistar el mundo”, eran mis pensamientos perversos, sin embargo la contradicción estaba ahí. Me pedían ser parte del consejo técnico de la sociedad de alumnos, y me dio pánico escénico, así que me negué y deje a un lado mis propósitos tiránicos. Aunque aún lo pienso: soy una pequeña tiránica, o una tiránica en potencia.).
Conforme leía me daba cuenta que no estaba nada mal ser una melancólica, al contrario traía muchos beneficios. Aristóteles lo dijo con claridad: “los hombres melancólicos son hombres curiosos, disconformes e inquietos, héroes como Hércules, y descubridores o creadores revolucionarios en el campo de la poesía y de la filosofía como Empédocles, Sócrates y Platón (ahí comprendí por qué carajos me dio por estudiar filosofía); eminentes son todos los melancólicos, no por enfermedad sino por naturaleza”. Después otros necios decían que los melancólicos por venir de la bilis negra son malos, malvados, malignos, maléficos (otra vez, me dije, está padre ser la mala del cuento) de nuevo, un peligro para la paz del estado. Tales vaivenes convergen todos hacia una imagen funesta de la deidad planetaria que resultaba asociada a la melancolía y a la pereza (eso sí, soy bien floja y me gusta dormir y dormir), vicios hacia los que se consideraba naturalmente inclinados a los nacidos bajo el signo de tan desastrado planeta. Pero Ficino…oh Ficino, trajo de nuevo o la luz. Para él el temple de la tristeza melancólica es la inspiración poética, por ende, un estado de ánimo unido a la creación en un ALTO sentido. Apoyado en Ficino, el mago Cornelio Agrippa dijo que los nacidos bajo el signo de Saturno tenían el temple que impulsa el alma humana hacia el descubrimiento y la contemplación de las verdades más elevadas a partir de una fase imaginativa, una fase racional, y por último, una fase de melancolía mental.
Sea lo que sea, sigo la frase aristotélica llevada a la modernidad “Nada con exceso, todo con medida”. Seguiré el camino de mi planeta regidor, seré un poco maliciosa, tiránica y perezosa, pero también llevaré mi espíritu melancólico al mundo de las humanidades. Tal vez, descubra el artista que llevo dentro.
Conforme leía me daba cuenta que no estaba nada mal ser una melancólica, al contrario traía muchos beneficios. Aristóteles lo dijo con claridad: “los hombres melancólicos son hombres curiosos, disconformes e inquietos, héroes como Hércules, y descubridores o creadores revolucionarios en el campo de la poesía y de la filosofía como Empédocles, Sócrates y Platón (ahí comprendí por qué carajos me dio por estudiar filosofía); eminentes son todos los melancólicos, no por enfermedad sino por naturaleza”. Después otros necios decían que los melancólicos por venir de la bilis negra son malos, malvados, malignos, maléficos (otra vez, me dije, está padre ser la mala del cuento) de nuevo, un peligro para la paz del estado. Tales vaivenes convergen todos hacia una imagen funesta de la deidad planetaria que resultaba asociada a la melancolía y a la pereza (eso sí, soy bien floja y me gusta dormir y dormir), vicios hacia los que se consideraba naturalmente inclinados a los nacidos bajo el signo de tan desastrado planeta. Pero Ficino…oh Ficino, trajo de nuevo o la luz. Para él el temple de la tristeza melancólica es la inspiración poética, por ende, un estado de ánimo unido a la creación en un ALTO sentido. Apoyado en Ficino, el mago Cornelio Agrippa dijo que los nacidos bajo el signo de Saturno tenían el temple que impulsa el alma humana hacia el descubrimiento y la contemplación de las verdades más elevadas a partir de una fase imaginativa, una fase racional, y por último, una fase de melancolía mental.
Sea lo que sea, sigo la frase aristotélica llevada a la modernidad “Nada con exceso, todo con medida”. Seguiré el camino de mi planeta regidor, seré un poco maliciosa, tiránica y perezosa, pero también llevaré mi espíritu melancólico al mundo de las humanidades. Tal vez, descubra el artista que llevo dentro.
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