En una noche oscura, llena de gélidas preguntas más que de
estrellas, desperté enredada en los brazos de Morfeo. Decidida a dejar el
cuerpo de mi amante nocturno me levanté de la cama y caminé a través de la
habitación azul. Todo estaba tenebrosamente en silencio. La piel de mis pies en conexión con
todo mi cuerpo se estremecía al deslizarse por el helado pasillo. Una pequeña
ráfaga de viento levanto mi delgado vestido nocturno, más blanco y trasparente
que mi piel desnuda. Sigilosamente abrí la octava puerta. Mi respiración se
aceleraba y rompía la armonía de los acordes de una noche fría de enero. Al
fondo de la habitación, entre una ventana y un reloj que marcaba la hora
veinticinco, encontré un cuerpo recostado en una cama obscura, más obscura que
una noche sin estrellas. Mi mano derecha tocó sin querer, como atraída por
necesidad, la piel ardiente de quien dormía en esa habitación. Mis delicados
dedos recorrieron cada centímetro de ese cuerpo robusto, despojado de todo lo
que no deja ver la pureza del ser humano. Mi respiración se hizo más pausada
mientras veía ese cuerpo retorcerse al ritmo de un delicado y profundo suspiro.
Mi piel sintió un ligero escalofrío al sentir una mano tibia entre mis piernas.
Una mano que descubría el manto sedoso de mi piel. Una mano firme y tímida a la
vez. Arrebatada por una sensación alucinante, sentí como ese cuerpo desnudo se
levantaba de su lecho nocturno y recorrió con besos helados mi espalda
caliente. Sus brazos ataron mi frágil cuerpo a su cuerpo. En un millón de
viajes en el tiempo, más rápido que la luz, mi cuerpo se fue deshaciendo. Al
termino de un beso me recostó en su pecho. Cansada por el baile de Diana y
Apolo, me quede dormida en los brazos de mi nuevo amante. Celoso Morfeo,
arrancó de mis sueños esa dulce morada. Lastimada por cupido desperté en medio de un océano de llanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario