lunes, 21 de febrero de 2011

Tres luces, tres bebidas, tres promesas

Norma Ascencio




Oswin Mucharraz






Paulina Vargas


domingo, 13 de febrero de 2011

Confusión

Nicoletta Ceccoli
El miércoles pasado fui a mi construcción preferida en Santa Fe, esa que está llena de ladrillos y cuyo centro es un Cubo a lado de Xavier Clavijero. Entrando al departamento de arte me encontré con Minerva y con Diana, las diosas odiadas por unos amadas por otros. Me hicieron un interrogatorio, con una taza de té zarzamora, lleno de risas y comentarios reveladores.

Diana: ¿por qué tan feliz?, ¿qué, ya te nos casas?
Con sonrisa ingenua. Siempre pérdida en sus documentos y archivos.

Minerva: ¡Jajaja! Diana, ¿qué no sabes?
Carcajada, siempre burlona, pero siempre contagiosa por su gran ingenio.

Diana: ¿Saber qué? Hilda, ¿ya te di la carta de votos?
Concentrada en su archivero.


Yo: No, no me las has dado… ya no tengo novio.
Se oye tan bien.

Diana: ¡¿Qué?! ¿Desde cuándo?
Cara sorprendida.


Yo: Después del examen de Minerva.
El tiempo corre rápido.


Diana: Pero ¿qué pasó?
Deja su archivero.

A grandes rasgos le cuento la historia.

Minerva: ¿No la ves más feliz?
Siempre persuasiva.

Diana: ¡Sí, claro! Por eso pensé que se iba casar o algo así.
Vuelve a concentrarse en su archivero.
… pero la verdad qué bueno, no me gustaba para ti.

Minerva: Ni a mí.
Cara de desapruebo.

Yo: Todo mundo me ha dicho lo mismo.
¿Qué extraño? En verdad todo mundo me ha dicho lo mismo.
… pero estoy tan feliz. E incluso tengo la fuerte necesidad de hablarle y agradecerle el haberme dejado en libertad. Después de tanto tiempo me siento feliz.
No quiere decir que con él no lo haya sido, sin embargo me siento ridículamente feliz.

Minerva: Pero hoy te ves muy feliz.
Carcajada de complicidad. Ella intuye algo.

Yo: Pues sí, hoy estoy feliz y demasiado confundida
La confusión me sienta muy bien.

Diana: ¿Por qué? cuéntanos.
Deja de nuevo el archivero.

Yo: Estoy feliz porque me reencontré con un amigo demasiado encantador.
¡Carajo! Siempre me gustó, pero nunca se lo dije.

Minerva: Y, ¿el del acento distinto al tuyo?
Sorprendida.

Yo: He ahí la confusión.
Acento encantador vs. Vos sexy.

Diana: Pero ¿cómo? ¿Has estado saliendo con varios chicos?
Cara sorprendida.

Minerva: Sí, ¿qué no la ves?
De nuevo carcajada de complicidad.

Yo: Sí, con varios. Pero estos dos chicos me traen de cabeza.
¡Carajo! ¡Qué bien y qué mal se siente la confusión!

Diana: Y entonces ¿cuál es la confusión?
Distraída.

Yo: No sé quién me gusta más.
¡Carajo! Ambos son deliciosamente irresistibles:
B o J.
Ojos verdes-mil coquetos u ojos castaño inquisidores.
Vos sexy o acento encantador distinto al mío.
Rubio o brunet.
Antiguo amigo o nuevo amigo.
Periodista o ingeniero.
Atrevidamente seductor o tímidamente fascinante.


Llega Karen y nos interrumpe. Han pasado los días y el paladar degusta un toque de alegría que no había probado desde hace mucho tiempo. La confusión se siente muy bien (me sienta muy bien). Sospecho quién será el ladrón de mi corazón, tengo el presentimiento que sufriré porque él se irá a Dinamarca.

domingo, 6 de febrero de 2011

Punto de partida

Nikola Borissov
Eran las tres de la mañana cuando Alejandra decidió partir. La noticia la tomó por sorpresa. Guardó en su maleta vieja un par de zapatos, dos blusas y una falda gris, su libro preferido y la vida en otra parte. Su abrigo no era suficientemente cálido para cubrirla del gélido temor que habitaba su azul corazón. Sin embargo, tomó las llaves del camino, que tal vez, la llevaría a un nuevo destino. La neblina no dejaba vislumbrar la dirección. Sus manos temblorosas y delicadas sostenían el volante de una vida sin rumbo. Por instantes, la tristeza se deshacía y se convertía en agua. Mientras manejaba, el ruido de las callas era silencioso, las luces de las casas se encontraban apagadas, el asfalto se tornaba un poco más oscuro y el cielo no brillaba el color luciérnaga de la noche. Su vista cansada anhelaba la luz del día. Su alma deseaba respirar un aire profundamente afrutado.

Alejandra, por un momento, perdió el control del volante; sintió que su vida terminaría en ese instante. Sin vacilar, tuvo que frenar con fuerza. Con lágrimas en los ojos, se dio cuenta que aún estaba viva y que su corazón latía con palpitaciones de notas melodiosas. Alejandra volteo la mirada y, entre la oscuridad tan sola, encontró una tabaquería abierta. Decidió bajar del auto y entrar al pequeño lugar que se sentía más cálido que el abrazo de sus antiguas sábanas. La recibieron un par de ojos castaños y una sonrisa melodiosa le dio la mano. Sin saber qué hacer, Alejandra comenzó a fumar bocanadas de manzana y vino tinto. Las horas comenzaron hacerse pequeñas y entre cada respiro, lo afrutado del aire recorría sus venas. Alejandra se asomó por la ventana, notó que el canto del sol vislumbraba un rayo de luna. Se quitó el abrigo que abrazaba sus penas, y el dolor se fue esfumando como la brisa del mar. Sin embargo, ella sabía que en el bolsillo derecho de su abrigo estaba una cajita que guardaba el manto del temor. Sin querer, tomó la cajita y la escondió entre sus manos para que no la descubrieran. Alejandra pasó varias horas, tal vez, días perdida en el aroma del par de ojos castaños. Se dio cuenta que la mariposa tatuada en su espalda voló hacia el estómago, y el color del dios que rige su humor se fue borrando con el anhelo de visitar ese pequeño lugar de tabaco con aroma a una esquina de té.

Han pasado los días y Alejandra, aún, conserva la cajita que guarda con celo el temor. No ha olvidado del todo aquella noche que la hizo partir y tomar el vuelo hacia otra dirección. Sin embargo, ya no anhela viajar al sur. Lo que esconde su corazón es un secreto que el par de ojos castaños conquistó con su acento de piel melodiosa. Son pocos los días, tal vez horas, que ella ha estado en el universo del misterioso hombre de ojos castaños, que no disfruta del café ni del tabaco, y que con acento distinto al suyo y una sonrisa encantadora la invita a viajar al centro de la ciudad y al norte del país. Le seduce la idea de entender su idioma, incomprensible para ella, y conocer su lengua. Aún no sabe qué será de su vida, pero lo que sí sabe es que esa noche encontró el punto de partida.

martes, 1 de febrero de 2011

Dulce Té


Me encanta la idea de saber que no te gusta el café y qué prefieres una taza de té. Un té de durazno que se desliza por tus labios y me ofreces un poco del dulce néctar que aún no he probado y muero por probar. Me encanta la idea de planear todo para ir a la esquina del té y terminemos recorriendo tres metros de Reforma en bicicleta para llegar al 222 a pie. Tu sonrisa me lo dice todo. Entramos a la sala oscura donde nuestras carcajeas contagian a las únicas dos personas que nos acompañan tres metros abajo. Me das tu chamarra y guardo tus cosas. Y yo me pierdo en el dulce aroma de tu piel, una piel fresca y un aroma nuevo que acompaña tu acento encantador distinto al mío. Y me regañas por decir frases que no entiendes. Me tomas de la mano y en el estómago viajan seres de colores. Me encanta que me amenaces con dejar la ciudad y que tú mismo respondas que es broma. Me encantan tus ojos cafés y que creas que mis ojos son de otro color. Tu sabor de dulce té se respira por el ambiente y me despido con un beso que promete verte el fin de semana. Me encanta la idea de tenerte a mi lado y saber que caminaremos bajo la luz de la luna en otra noche llena de luciérnagas.