
Alma, con su vestido trasparente, corrió a sus brazos. Por un momento sintió la fugacidad del tiempo. La luz se fue. Alma abrió sus ojos y descubrió que el viento era más rápido que el susurro de un adiós. Su amante había desaparecido. Alma cerró sus ojos. Volvió la luz. En ese momento, Alma vibró al sentirse atada por un fantasma que la invitaba al corredor de lo efímero. Sus pies descalzos tocaron el suelo mojado de una lluvia interminable. El frío recorrió su desnudo cuerpo y la abrazó desde la tibia hasta su cuello. La tierra retumbó. Sus piernas largas temblaron. Alma sintió un lazo que apretaba sus finas y delgadas manos. Su nuevo amante la detuvo en medio de la tempestad, se sumergió en ella bajo la lluvia. Alma no podía reconocer a su amante, la luz la cegaba, el tacto la quemaba. Atada a un sentimiento desconocido, Alma se dejo llevar por el viento, más rápido que el susurro de un beso. No reconocía el sudor palpitante de sus manos. No reconocía el sabor de sus besos. Alma abrió y cerró los ojos. Grito al aire. Grito mil veces un te amo. El fantasma enfureció. Perdido en la irá apretó más fuerte sus manos. El fantasma enfurecido, perdido por la irá la mató. Alma cerró y abrió sus ojos. La luz que nublaba su vista la dejo ver. Ella era un fantasma. Fantasma que despertaría de un sueño que jamás quiso soñar. La confusión la ató a la muerte. Alma confundió a Júpiter con Marte y ahora se lamenta por la fugacidad de lo efímero.
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