miércoles, 6 de febrero de 2013

Al hacer maletas...



No sé cómo empezar estas líneas. Me vienen tantas cosas a la cabeza; tantas cosas qué decir. Casi es media noche y aún sigo despierta, meditativa, esperando que el dulce beso de Morfeo llegue a mi lecho azul. El día de hoy ha sido uno de esos días en que uno corre, hace, sube, baja, va y viene, y al final se siente como si no se hubiera hecho nada. Sin embargo, el cansancio pesa como pesa el mundo sobre la espalda de Atlas. 
Acabo de recibir una llamada, de esas llamadas que te dejan un mal sabor de boca, una llamada que removió antiguas heridas y me hizo recordar acontecimientos que creí asunto enterrado.  La situación es la siguiente: mi amiga decidió tomar un nuevo rumbo a su vida. La brújula, que ella creía rectora de su destino, dejó de funcionar. La eminente separación entre ella y su actual pareja se hizo presente. Entre lágrimas, mi amiga hará las maletas esta noche. Dejará recuerdos, besos, caricias, sueños, planes, bailes, estrellas, conciertos, películas e ilusiones. Empacará todo aquello que le sirva y le venga bien a su nueva vida. Desafortunadamente, como siempre lo he dicho, ¡así las cosas!. Ella, mientras guarda el cúmulo de años con su pareja, se siente devastada, cansada, exhausta, pero sobretodo, se siente culpable de dejar al otro y sus malos momentos. Se siente culpable por el otro, se siente culpable por ser ella la que decidió que no habrán más historias que contar. Se siente culpable por ser ella la que rompe el sueño.
Al colgar el teléfono me vuelve aquél sentimiento idiota que tanto odio: la nostalgia. Por momentos mis lágrimas acompañan las suyas. Recuerdo y me acordar más de todo aquello que me ha hecho llorar. Mis lágrimas no comprenden las de ella, comprenden las de él. Porque en el fondo sé que siempre he sido yo la que ha hecho las maletas, pero las he hecho porque me lo han pedido, porque alguien más me dijo que ya no habrá más historias que contar. ¿Será que existimos seres destinados a nunca ser los remitentes de la carta? Por el momento, soy ese no-remitente, soy ese Hilda dos puntos, soy ese posdata no me busques. Y tal vez, suene melodramático, pero así las cosas. Así me ha pintado la vida.

Hoy después de mi té de media tarde con mi terapeuta, descubrí que mi daño colateral se escribió cuando me dividí al perder a mis padres, previó a eso, el gancho al hígado que K me dejó. En ese momento me perdí en el camino. Dejé de sentir, de respirar y, aunque no lo parezca, me propuse no sentir más allá de la razón oculta en un pequeño rincón de mi mente abrumadora. Empecé a querer dar todo de mí, a buscar y a exigir lo que había perdido.  Decidí que estaba dispuesta a rogar, a suplicar, a implorar por el amor que me habían quitado.  Con pequeños parches quise tapar el enorme hueco que me habían dejado. Sin embargo, en esos momento de querer zurcir las heridas, no he podido dejar que los hilos penetren la piel del alma desnuda. Aún trato de buscar un estabilizador, un ancla que me permita embarcar en un puerto. Paso a paso logro olvidar todo el daño que me causaron los últimos años de mi vida.  Poco a poco me acostumbro a mi pequeña mascota de nombre Alinka, y trato de no recordar, aunque empiezo a buscar, a los pequeños gatitos que en su momento marcaron mi vida…pero esa es otra historia. Otra historia que empacar.

2 comentarios:

  1. He marcado mil veces tu viejo número de celular con la esperanza que en algún momento exista, para decirte que hagas tus maletas y huyas de nuevo conmigo.

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  2. Ya he empacado y he decido emprender el viaje a lado de alguien más. El camino es incierto, pero vale la pena dar el brinco.

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