lunes, 2 de julio de 2012



Como una droga en el cuerpo sentí la tormenta de sus manos sobre mi pecho. A lo lejos, una respiración en cortes metalúrgicos interrumpía el silencio ensordecedor. Su lengua traspasaba mi humedad y se enredaba en el baile de caricias, una tras otra ¡Maravillosa sensación de deslizamiento etéreo!  Sentí en mi pecho una oleada de deseo. Mi cuerpo se entregaba a la penetración de sus manos, mientras sus besos encendían la sangre magnetizada por un sueño. Miles de vibraciones, sutiles exaltaciones, sensaciones que recorren la cabeza y terminan en la planta de los pies. Juego de seducción. Una mirada que inquietó mi estado tropical. Por un instante sentí su deseo, firme, vigoroso, seductoramente exótico. De nuevo un beso, chispeante, mortal. Su cuerpo junto al mío. El fuego de su veneno inundó mi vientre y el aire se volvió azul a nuestro alrededor. Danza mística de dos cuerpos recorriéndose, reconociéndose, componiendo una melodía nueva. Cálido aliento en la piel. Ráfagas de sensaciones meteóricas. Enredada en un mar de deseos descubrí que tus ojos estaban en otro planeta, un espacio distante; tu voz era un susurro inalcanzable, cadencia que lastima las notas de tu recuerdo. Saberte un sueño. ¡Qué triste que estés tan lejos!

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