Como una droga en el cuerpo sentí
la tormenta de sus manos sobre mi pecho. A lo lejos, una respiración en cortes
metalúrgicos interrumpía el silencio ensordecedor. Su lengua traspasaba mi
humedad y se enredaba en el baile de caricias, una tras otra ¡Maravillosa
sensación de deslizamiento etéreo! Sentí
en mi pecho una oleada de deseo. Mi cuerpo se entregaba a la penetración de sus
manos, mientras sus besos encendían la sangre magnetizada por un sueño. Miles
de vibraciones, sutiles exaltaciones, sensaciones que recorren la cabeza y
terminan en la planta de los pies. Juego de seducción. Una mirada que inquietó
mi estado tropical. Por un instante sentí su deseo, firme, vigoroso,
seductoramente exótico. De nuevo un beso, chispeante, mortal. Su cuerpo junto
al mío. El fuego de su veneno inundó mi vientre y el aire se volvió azul a
nuestro alrededor. Danza mística de dos cuerpos recorriéndose, reconociéndose,
componiendo una melodía nueva. Cálido aliento en la piel. Ráfagas de
sensaciones meteóricas. Enredada en un mar de deseos descubrí que tus ojos estaban
en otro planeta, un espacio distante; tu voz era un susurro inalcanzable, cadencia
que lastima las notas de tu recuerdo. Saberte un sueño. ¡Qué triste que estés
tan lejos!