Empieza la cuenta regresiva. Tengo que mandar currículos a todas las instituciones de la ciudad relacionadas con el mundo del arte, porque, en menos de dos meses, dejo mi amado Castillo. Sí, efectivamente, dejo mi Castillo porque el INAH no tiene presupuesto para financiar mis proyectos. Eso me hace pensar que el INBA no tendrá presupuesto para pagar una plaza a principio de este año, y menos con unas elecciones nacionales en puerta. Sólo me queda el anhelo y las esperanzas de trabajar en una institución privada, llámese Slim, Jumex o cualquier galería no perteneciente a CONACULTA.
A pesar de tan malas noticias, mi ánimo no ha decaído, he estado en peores condiciones. Sin embargo, mis necesidades de independizarme del nicho paterno (llámese vivir en casa de mis papás) se ven cada vez más frustradas. Mis futuros-casi roomies han quedado desilusionados después de tan malas noticias. Para colmo de mis males, los gastos decembrinos me tienen preocupada: las bodas en puerta, los regalos navideños, las deudas de las tarjetas, el pago de mi examen de maestría, y pos, ya me olvido de mi viaje a Cartagena y San Pancho.
Mi único consuelo es que el otoño sigue regalándome polvos mágicos que, a pesar de todo, siempre me ponen de buenas. Tal vez, ya encontré a mi roto ahora que me encuentro muy descocida, aunque he de confesar que esta situación me tiene demasiado asustada y confundida (por lo pronto es un tema que aún no me animo a tratar). Sólo sé que quiero dejarle un beso mandarina a este muchacho que me confunde con su francés y su psicología andante.
Por lo pronto, les dejo este videíto de mi hogar por el día
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